Trabajo como fotógrafo para una revista de arte. Me encargo de inmortalizar a aquellos que van a las exposiciones, a los artistas que luego acompañarán la debida reseña dominical, incluso, a veces, me toca cubrir festivales de teatro y artes escénicas, lo cual me resulta mucho más entretenido. Sin embargo, a la hora de fotografiar prefiero hacerlo en la intimidad y a una sola persona. Monográficos. Chicos y chicas, normalmente de mi edad - no me atrevo aún con la majestuosa dignidad de algunos ancianos; siento que les traicionaría - posan a menudo para mí, y, de vez en cuando, expongo en la galería de un amigo. He vendido algunas fotos y me han pagado bien.
Una de las modelos era tan hermosa... La mayor parte de las fotos que me han comprado son de ella. Posó para mí una noche de verano, de esas en las que llueve tanto, y el agua caliente del suelo se evapora y todo huele raro, no a tierra mojada, sino raro. Habíamos bebido un poco y mi casa estaba al lado. Subimos para resguardarnos del diluvio. Se entretuvo largo rato mirando mis fotos, y fue ella la que me pidió que, le hiciera una sesión.
LLevaba un vestido blanco con un infantil estampado de helados, estaba empapada. Se sentó en un sofá negro al lado de una ventana. Las gotas resbalaban por el cristal filtrando la luz que luego recorría su cuerpo. Se le marcaban los huesos de los hombros y los pezones, pequeños y oscuros, se insinuaban entre los helados como pepitas de chocolate.
Amaneció en seguida. Cuando estuvo seca del todo se levantó y dándome un abrazo especialmente largo y fuerte, me agradeció una noche tan agradable.
Se que ella ha comprado una de las fotografías. Mi amigo, el galerista, me lo dijo. No la he vuelto a ver. Ya es octubre. Y aquel día estuvo allí, en el museo. Y yo también. Toda la tarde haciendo fotos y no la vi. Esta mañana en un momento de lucidez, he buscado entre las imágenes que tomé esa tarde. Y allí estaba. Claro que estaba. Sola. Paseando entre la gente. En una de ellas incluso me miraba directamente. Y yo, parapetado tras la cámara como un animal asustado.
Dos dimensiones. Para mí, ella será siempre en dos dimensiones. Las redondeces, las hendiduras, los pliegues, el volumen en el espacio... todo eso está ya lejos. Ella me seduce una y otra vez desde el plano. Tendida en el sofá. Regocijándose en su inmovilidad y condenada para siempre a esa media sonrisa.