Hoy he comenzado un experimento psicológico, sobre el amor, la autosugestión, un experimento psiquiátrico. Sí, me voy a enamorar de mi amiga Marta. Ya lo he decidido. Yo tengo que hacerlo primero para que ella se enamore luego de mí. Todo está preparado. Debidamente organizado y planeado. Con elegancia, con estilo. Fecha, hora, quien besará primero... todo es quedar y hablarlo. Nada se puede dejar al azar. Porque la elegancia en el amor siempre es resultado de una premeditación neurótica.
Hoy hemos ido a ver una exposición de fotografía, y creo que ya he notado los primeros síntomas. Mientras miraba las fotos, solo pensaba en que ella estaba detrás de mí. Yo hablaba y ella reía. ¿Sería una risa falsa?¿por compromiso? Le he hecho sonreir. Era una sonrisa sincera, estoy segura.
Y sus labios, pensaba en sus labios. Seguro que se ha dado cuenta que la he mirado demasiado.
Me he puesto nerviosa cuando ha llegado el momento de despedirnos. Un beso en la mejilla, ¿o los dos protocolarios...? menos mal que ella es muy resuelta (sí, como aquella enana en bicicleta que vimos una vez en Berlín, tan resuelta ella).
Que tarde tan agradable, y hemos pensado como serán las fotos que haremos mañana. Y en que no nos preocupa no trabajar en lo que nos gusta, que solo queremos ganar dinero; Y ganar tiempo, para saber que es lo que nos gusta. Y que película tan aburrida; Si ya lo decía mi amigo el seductor de las migas de pan: no te fíes de ninguna película en la que salga o Ben Affleck o Matt Damon, Dios, y encima esta además estaba escrita por este último. Un helado de vainilla y una crispy chicken.
¿Qué más se puede pedir a la vida? Se me ocurre: una chica preciosa de la que sea muy fácil enamorarse. Y desenamorarse más fácil aún.
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