- ¿Quién tenemos hoy?
- A la señora De Torres.
- ¿La señora De Torres? ¿La de...?
- Sí, esa.
- Bueno, vamos allá. - y el doctor se dispuso a atender a la paciente con profesionalidad.
Abrigo de piel, pendientes de perlas que hacían que los lóbulos de sus orejas se balancearan más de lo necesario, bolso bien encajado en la axila y tacones bajos. Así se presentaba siempre. De buena familia y de buen ver, aun entrada en años. Se desnudaba con delicadeza, depositando cada complemento en el lugar adecuado para ello. Los tacones, la falda de tubo, la camisa, las medias, el sujetador, las bragas... Y toda la habitación se inundaba de tal hedor que parecía increíble que proviniese de ella. Tomaban las radiografías. De espaldas, de frente. "Levante los brazos". Y los levantaba con movimientos suaves, con ese pudor que hace a las mujeres de antaño tan irresistibles y femeninas. "Ya está. Puede vestirse (gracias a Dios)".
-Tienes que hacer algo - suplicaba el doctor al técnico de rayos.
-¿Qué quieres que haga?
-Díselo de un modo sutil, una indirecta, no sé...
-Está bien, ya se me ocurrirá algo la próxima vez.
La semana siguiente regresó la señora De Torres y se le realizaron las radiografías correspondientes.
-Veamos... - el técnico miraba al trasluz los huesos y entresijos de aquella singular dama de terrorífico olor - No han salido bien del todo... La densidad de la piel no permite distinguir bien los cartílagos de los huesos y sus articulaciones.
-¿Qué le ocurre a mi piel? - preguntó ella preocupada.
-Oh, tranquila, esto tiene fácil solución. Necesitamos que el próximo día venga recién duchada. Pero, justo recién duchada con agua muy caliente, lo que provocará que la circulación se acelere y la piel se oxigene, aumentado su elasticidad. Así las radiografías se verán mucho más claras.
Un rubor exagerado cubrió el rostro de la mujer. Ni el más tímido adolescente delante de la chica de sus sueños hubiera superado aquel rojo en sus mejillas. Bajó la mirada avergonzada.
-Sé a lo que se refiere, pero es que a mi marido le gusta así.
jueves, 4 de febrero de 2010
domingo, 10 de enero de 2010
Testimonio
- Me acuerdo de que me dirigía una mirada cómplice, si si, cuando se paseaba por allí la Concha; por los pasillos. Me sonreía. Y ella tan grande...
- Porque os alegraba la vista.
- Claro es que la Concha era una muchacha con mu buen tipo, y guapa, pero, eso sí, muy grandona.
- Si sería la mejor.
- Bueno si, pero sus hermanas también eran muy guapas, y la Lucía, tan rubia.
- Y la Felisa, pero esa más chiquitilla.
- ¡Con la cinturilla de avispa que yo te digo!
- Ella había salido a la madre.
- La Sra. Marisa era una buena mujer. Bueno, ya os he contado la torta que le dio a una de ellas, Y ¡delante de mí! Porque la respondió un poco fuerte, y la otra no dijo nada, bajo la cabeza... y ya era mayorcita ¿eh?
- A su padre lo conocía yo.
- Tendrían una educación de esas de entones.
- Era militar...
- No, era guardia civil y ya estaba retirado, y trabajaba en una oficina. No sé, pero un buen hombre, así, un buenazo, grandullón.
- Sería la Sra. Marisa quien llevara los pantalones.
- Si por eso lo digo, que yo creo era ella quien llevaba la responsabilidad de la educación, además que eran todas chicas. Él, en su despacho, no se enteraba de la misa a la media.
- Me acuerdo que una vez la madre le dijo a las hijas, a la Concha y a la Felisa, que como su hermana Lucía necesitara ayuda y no se la dieran, no sabía que las hacía. Porque claro, ellas sacaron el magisterio y Lucía era la única que les sacó las castañas del fuego, porque llevaba el dinero que se sacaba peinando. Y también hacía la depilación eléctrica. ¡Uy! Yo recuerdo que una compañera mía, profesora, a veces subía a que le hiciera el bigote.
- Si era una buena moza, Lucía, sí, y guapa también. Muy vistosa, con el pelo rubio, los ojos azules, y unos taconcillos...
- Bueno ¡ya!... No, si es verdad que iba siempre muy arreglada, y con una falda de vuelo subía por aquella cuesta...
- Se casó con un catalán, con un camionero, y lo debía tener en palmitas; a veces decía: "Cuando venga mi Pepe." Creo que se llamaba Pepe.
- También tuvo un novio que era un poco chuleta. Así era guapo, se las daba de galán...
- Si me acuerdo que tuvo un desengaño.
- Y Felisa se caso con uno que era más joven que ella, 3 o 4 años, y en aquellos tiempos... claro su madre le decía que tuviera cuidado.
- Pero era un buen chico, yo le conocía.
- ¡Ay! La Felisa iba conmigo a la escuela y bajábamos juntas. Me venía a llamar y gritaba ¡Marisol! y yo, ¡ya bajo! Ya ves, hasta allí abajo teníamos que ir al instituto, a las 3 de la tarde. Y luego por la noche a su casa después de cenar. Allí me calentaba y hablábamos...
- No sería porque pasaras frío en tu casa.
- ¡Uy no! Pero por estar allí todas alrededor de la estufa. O también estábamos en el portal, porque allí las mujeres montaban una tertulia y nosotras también queríamos escuchar y ver a la gente pasar. Se sentaban allí con las sillas, en la puerta de casa ¡pues como en todos los pueblos! Y un día me decía: "Mira, ¿no es ese el moreno que te gusta?" "¡No quiero verlo!" "Tu no te apures. Olvídalo. Si ya sabes que estas cosas son luego lo que Dios quiera." Qué buena era, siempre echándome un capote.
- Se caso un mes después que nosotros. Claro, ya no estábamos. Nos habíamos ido a Guadalajara supongo, a trabajar. En agosto nos casamos, y en Septiembre ya no estábamos. A la de Lucía si que fuimos.
- ¿Si fuimos? pues no recuerdo nada.
- ¡Anda! ¡Claro que fuimos!
- Es que, ya ves , mi memoria funciona así, como a chispazos. Algunas cosas las recuerdo como imágenes perfectas y otras como si no hubieran sucedido nunca.
- Ay, la memoria, la memoria... a veces, te acuerdas de lo que pasó hace 50 años y no de lo que hiciste ayer.
- Lo que hace la edad...
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